Descripción
La mano del Señor ciertamente fue severa en su castigo hacia el reino del norte. El látigo que Dios había blandido para llevar a cabo su escarmiento fue el reino de Asiria, cuya sede principal era la ciudad de Nínive.
Atrás había quedado aquella generación que se arrepintió en ayuno y cilicio cuando el profeta Jonás les anunció su inminente destrucción (Jonás 3:5). La Nínive de los tiempos de Nahúm había colmado la paciencia de Dios. La descripción de Dios levantándose de su trono para ejecutar el juicio es aterradora. No hay forma que Nínive salga bien librada de su castigo.
Calvino nos recuerda: “El Profeta nos enseña nuevamente que todo lo que profetizara con respecto a la destrucción de la ciudad de Nínive era para este fin: que Dios, por medio de esta notable evidencia, mostrase que Él tenía cuidado por su pueblo, y que no había olvidado el pacto que había hecho con los hijos de Abraham”. Su venganza no anula, de ninguna manera, lo que había decretado hacer a través de su pueblo escogido.
El verdugo del reino del norte, el Imperio asirio, será a su vez derribado. Nahúm profetiza desde el reino del sur porque su propósito es darles una fuerte lección de justicia y fidelidad al Pacto. El profeta Isaías había escrito: “Como nada son todas las naciones delante de Él; y en su comparación serán estimadas en menos que nada, y que lo que no es” (Isaías 40:17). Asiria podrá ser muy fiera, muy poderosa y arrogante en extremo, pero es menos que nada en la estimación del Dios de Israel. ¿Quién le detendrá? ¿Quién podrá hacerle frente a su juicio?
Acompañemos a Nahúm mientras presenta, como el fiscal de Dios, su caso contra Nínive. Y que aprendan todos los hombres a honrar al Hijo (Salmo 2).